miércoles, 6 de junio de 2012

Patetismo y grandeza

En esta sociedad se nos exige demasiado. Realizar múltiples tareas, dominar varios idiomas, estar al día con las nuevas tecnologías, conocer a todos los autores del mundo, sus épocas, sus estilos... ¿Dónde está China y dónde América? ¿Quién escribió Pigmalión o quien dirigió The Bridge on the River Kwai? Es complicado saber o acordarse de todo. ¿Nos queda tiempo libre para algo?
A los que invierten su tiempo en el desarrollo personal, a todos aquellos que realmente avanzan día a día, a base de estudio y lectura, se les etiqueta como viciosos; y, a los que se quedan estancados en un aprendizaje mediocre que no va más allá, se les llama respetables. ¿Este mundo está al revés o a mí me lo parece? Nada me gustaría más ahora que escribir con lógica y con las emociones reservadas. Con el tiempo, he comprendido que es muy difícil hacer entender a los demás mi posición.
La motivación a largo plazo, basada en el desarrollo personal del individuo, hace que nos gobernemos por determinantes internos, antes que sociales o ambientales. ¿Acaso la estabilidad y el equilibrio, aunque buenos porque impiden que sufras, no pueden ser también malos en cuanto impiden un desarrollo hacia un ideal superior? ¿Para ser saludables debemos tener una buena adaptación social? ¿Pero a qué debemos adaptarnos? ¿A una mala cultura? ¿A una sociedad que desea que permanezcamos eternamente infantilizados? No toda adaptación significa equilibrio psíquico.
No sabéis el desasosiego que me produce una sociedad marcada por la incomprensión y fanatizada por el peso de las ideologías y los presupuestos morales. Un mundo obsesionado por el poder, la eficacia o el dinero, que olvida los aspectos verdaderamente esenciales del ser humano.
No tenemos por qué juzgarnos ni juzgar a nadie. No pasa nada. No hay nada. Somos bien poco. ¿Por qué actuar? ¿Por qué explorar? ¿Por qué preguntarse por lo que pasa, por lo que pasó? En fin, siempre podremos hacer esto o lo otro, seguir preguntándonos, seguir dudando.
Y de nuevo la palabra perdida, la palabra olvidada. Así están las cosas. Más vale no desesperar. Será mejor que termine enseguida y poner punto y final a esta breve y simpática rapsodia.

Final: "Un día sin sonrisa, es un día perdido". Charles Chaplin.
Fuentes textuales o de inspiración: A. Maslow y Google.