miércoles, 28 de septiembre de 2022

El tiempo vuela

Faltan apenas tres minutos para las 11 de la noche. Todo está en silencio. Las calles vacías. No pasan coches, acaso alguno aislado que circula rápido dando la sensación de ir tarde a donde quiera que se dirija. Tal vez, ese/a conductor/a, va camino de vuelta a su hogar después de salir a visitar a algún familiar o alguna amistad. Se está perdiendo la sana costumbre de las visitas. La reglas que hemos tenido que adoptar durante la pandemia nos han vuelto más fríos e intolerantes los unos con los otros, nos han vuelto más impasibles a todo. Normas pandémicas impuestas que después de muchos días cumpliéndolas a rajatabla, las hemos convertido en hábitos, que ahora nos cuesta revertir. El aislamiento nos ha afectado en la vuelta a las costumbres sociales. Ya no se saluda como antes. Nos acercamos al prójimo como con miedo. Nos hemos acostumbrado a vivir inmersos en nuestro mundo particular y ahora hasta nos pone de mal humor que alguien nos moleste. Todos tenemos ocupaciones que atender y ya no estamos para nadie, a veces, ni para nosotros mismos. No, yo no veo una vuelta a la normalidad como tal. La pandemia nos ha vuelto seres extraños (algunos ya lo éramos). Un hecho histórico que nadie se imaginaba que podría pasar, y que restando la gravedad de la situación, como fue la distancia de nuestros seres más queridos o las pérdidas humanas habidas que han destrozado a tantas familias, algunos hasta “hemos agradecido" (entre comillas) el poder pasar un tiempo aislados envueltos en el silencio y alejados del mundanal ruido cotidiano en el que volvemos a estar inmersos con el regreso a “la normalidad".

Recuerdo al principio de la pandemia, cuando nos confinaron a todos, que no paraban de circular a través de la Red, miles de millones de mensajes de texto, fotos o vídeos graciosos de toda clase. Las aplicaciones de mensajería instantánea no sé cómo no llegaban a colapsarse un día sí y al otro también. Ante la falta de información real de lo que estaba sucediendo, circulaban chistes de ésto y de lo otro, para así poder pasar mejor el rato encerrados en casa intentando disimular del miedo que todos sentíamos ante algo tan desconocido. La risoterapia actuaba de calmante para muchos. Otros muchos salían al balcón o terrazas de sus casas a aplaudir a los sanitarios (¡algo había que hacer para no perder la conexión con el mundo!). Por la calle se veía el temor en los ojos de la gente que te miraban con recelo guardando la distancia de seguridad para evitar los temidos contagios. Esa tensión acumulada de lo vivido y de no querer enfermar para no enfermar a su vez a nadie más cercano, especialmente si ese alguien era una persona de las consideradas vulnerables, con factores de riesgo alto, todo ello, hizo que esos primeros comienzos de pandemia, fueron muy traumáticos para todos. Lo vivido en los hospitales fue mucho más que un película de terror. Pero...¿Y ahora casi tres años después, qué? Hemos pasado de la mucha protección y cuidado personal y preocupación por los demás para que no se contagien, a todo lo opuesto, a pasar de todo olímpicamente, a no usar mascarillas nunca, a no respetar ninguna distancia de seguridad, a no llamar al prójimo para saber cómo está, si necesita algo. Incluso los mensajes por móviles han dejado de circular, nos hemos quedado todos mudos de cansancio. Una de las secuelas que nos ha dejado la pandemia es esa: el cansancio, hecho que evidencia que más que menos o menos que más, vivimos inmersos en un trauma que aún tardaremos mucho tiempo en olvidar. Un suceso de este calibre no se puede olvidar de la noche a la mañana. Es cierto que todos podemos tener una mentalidad fuerte para superar todo tipo de avatares en la vida (genéticamente estamos preparados para hacer frente a cualquier catástrofe que ocurra a cualquier nivel), pero eso no quita, para que seamos personas sensibles al hecho acaecido y para que tardemos en alcanzar la llamada “normalidad" que todos quieren y ansían con rapidez.

Ahora bien, ¿de verdad queremos una vuelta a la normalidad como la que teníamos antes? ¿O esta pandemia nos ha servido para concienciarnos de que muchos cambios son necesarios, ahora más que nunca, para que nunca vuelva a pasar algo así en el mundo entero? 

(Si tomamos el concepto de “normalidad" como todo lo que es sinónimo de “convencional", de aquello que no se salga de lo común, es decir, como todo eso que hay ahí afuera y que vemos a diario, entonces, yo no, gracias, yo prefiero vivir al margen de la “normalidad").

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Son las 5:55 a.m. Ya se va notando el cambio de estación. Pronto tendremos que ajustar nuestros relojes al horario del meridiano Greenwich o GMT (Greenwich Meridian Time). Se acabaron las noches veraniegas de cielos transparentes y brillantes como los que pintó Van Gogh. Muy pronto a las 7 de la tarde ya será de noche. Las tardes “se acortarán"; la gente encenderá las estufas de sus hogares y harán una vida más familiar. Los trabajos de invierno se activarán y, los de época de verano, cerrarán sus puertas hasta la próxima temporada, y el ciclo de la vida continuará. ¿Nos volveremos a vacunar para pasar un otoño-invierno lo mejor que podamos, evitando los temidos resfriados y gripes diversas? Con la llegada del frío, aún no está claro si tendremos que ponernos mascarilla obligatoria otra vez o no. Sería muy recomendable acostumbrarnos a su uso. Además, en invierno, es más fácil de llevar, no incómoda tanto, como cuando estamos en verano, y el calor te asfixia. Incluso se agradece en los días de mucho frío llevar la nariz tapada para que no se te ponga helada y comience a gotear. Eso es precisamente lo que hay que prevenir. Ya veremos, lo que nos dicen los políticos y técnicos sanitarios al respecto del uso o no uso de la mascarilla. Por lógica, la deberíamos de llevar de nuevo otra vez, lo mismo que nos deberían inmunizar de nuevo con las vacunas de rigor que sean de efecto limitado en el tiempo, a pesar del cansancio ante tanto pinchazo.

Nota: Lo único positivo de esta pandemia, es que mientras los humanos estuvimos encerrados en casa cumpliendo con lo ordenado por las autoridades, la vida en el exterior, floreció. Y lo hizo como nunca se había visto y oído antes. Y ese recuerdo, nunca lo olvidaré.

Imagen de archivo.
Ave pequeña parecida a la familia del gorrión.