miércoles, 21 de septiembre de 2022

Ya es mañana. Otoño.

 

Antes de quedarme dormida, me gustaría dejar escrito el boceto para mañana. Como sospecho que va a llover en unas horas y la lluvia me encanta, sé, intuyo, que hoy que ya es mañana, va a salir de aquí un texto medianamente legible (con eso me conformo). Es tarde y los ojos se me cierran cada vez con más frecuencia, a cada instante, lentamente. Intento mantenerlos abiertos para dar el punto y final al día de hoy. Dentro de unos minutos ya estaré dormida profundamente. Cada vez tengo más sueño, un sueño pesado que es imposible controlar. En mi entresueño, se me viene a la mente imágenes de la gente a la que echo mucho de menos. Pido a Dios que cuide de todos ellos, de todos nosotros.

Ha llegado el momento de decir, ¡Hasta mañana! ¿O le doy a publicar ahora que ya es mañana?

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Siendo el mismo día de ayer, pero más tarde, os doy los buenos días. Continúo por donde lo dejé ayer, es decir, hoy. Anoche me quedé dormida en el sillón hasta primeras horas de la madrugada. 

Ahora son cerca de las 9 a.m. Comienza a llover. El pronóstico se ha cumplido. El sonido de la lluvia aporta tranquilidad y armonía, dos estados perfectos y un tiempo ideal para escribir contemplando las gotas de lluvia escurrirse a través del cristal cual arroyuelos ladera abajo. ¡Bienvenido otoño!


El otoño es la estación de la melancolía (mi estación predilecta). ¡Cómo me gusta mirar el cielo en los días de lluvia! Sin duda, hemos tenido un buen comienzo de otoño. Sin embargo, me parece que escribir sobre el otoño, en cierto sentido, es una pérdida de tiempo. El otoño no es una estación para escribirla; el otoño es una estación para observarla, una estación para pisarla y escuchar el crujir de sus hojas ocres anaranjadas bajo tus pies (mantos de hojas que se sueltan de “la savia-rama" que los alimenta para tapizar el suelo aportando nutrientes, y de este modo, continuar con el ciclo biológico de la vida). El otoño es una estación para decorarla, para pintarla, para vivirla. Pero bueno, no quiero condicionar a nadie para que ame el otoño más que el verano o que a la primavera o el invierno. Si obligas a alguien a poner interés en algo, casi con toda seguridad, ese algo pierda todo su interés. Por lo tanto, que cada cual elija como más interesante o de su interés la estación del año que estime más conveniente (sin egoísmos, con convencimiento, en consideración, siempre).

Nota: Elijo el otoño por sus colores ocres-anaranjados y porque el otoño es un refugio para volver a empezar, y también, para continuar con lo ya comenzado.